viernes, 23 de noviembre de 2012

Malvi/klands. Day 7.



Hoy ha sido otro día hiperactivo, de ese tipo de actividad espasmódica y contrarreloj que genera la inminencia de un viaje. Se trataba, nada más ni nada menos, que de hacer todo lo que el 'ahora o nunca' te envalentona a concretar so pena de arrepentimiento. Después de un nuevo desayuno belga, me encomendé a la partida. No sin antes informarme bien acerca de la cerveza Orval, blanca y hecha en el sur de Bélgica por monjes en su propia Abadía, en la edición limitada que presupone su ingreso para la supervivencia, y no en la escala industrial con la que su demanda los tienta. Quedará para un tour europeo. Probablemente el que planeo hacer con los Peques en motor-home en unos años, para que puedan aprender historia in situ (MN: prometo que la visita norafricana vendrá antes que eso).
Enfilé, pues, para el Museo de la ciudad, a unos 15 minutos de caminata. No estaba tan frío como durante los 2 días anteriores, pero llovía intermitentemente. Había llegado un crucero antártico (de esos que les dan a sus pasajeros 8 horas para que paseen por el lugar) que los había provisto de abrigos rojos, y hormigueaban por los principales puntos de la ciudad. Como siempre, la mayoría de los autos que pasaban a mi lado, me saludaban, en su versión económica 'dedo índice que se levanta del volante', o en su versión full 'cuatro dedos que se levantan del volante'. En mi camino había banderas de las islas a media asta: hoy sería el Servicio ('Misa' de la Iglesia Anglicana) por la reciente muerte de Rex Hunt, quien fuera Gobernador de las Islas durante el conflicto del '82. Y al que el Rector de las Islas (infiero que un equivalente al de Obispo) me había cordialmente invitado ayer. En el camino aproveché y saqué un par de fotos a las coronas de amapolas (símbolo británico a sus veteranos, heridos y muertos en las guerras) que había dejado el Duke de Kent, venido de UK especialmente. Semejantes a las que habían dejado en el Cementerio argentino de Darwin. 
El museo estaba concurrido con los pasajeros de los barcos. Chico, pero muy bien mantenido. Exhibía en algunos de sus cuartos ambientaciones de la vida en las islas (un lavatorio/depósito, un living, un establo, ropa de época, y un almacén de ramos generales). Se completaba con una sección de biología y geología de las islas, y con objetos de los barcos que habían tenido un paso importante por la zona. En una de las paredes había unas pocas fotos de visitas de la familia real inglesa a vecinos de las Islas y estaba Arlette, la dueña de Lafone House que había visitado el día anterior. Interesante, el museo también presenta una sección, chica pero muy bien ilustrada, sobre la línea de tiempo de la historia local, y el reclamo y argumentos de Argentina a través de las épocas. Un museo chico, pero eficiente en su función.
Me fui caminando con cierta llovizna y, como era viernes y salía la edición (semanal) del Penguin News -el único diario de las Malvi/klands- me fui a su mismísima editorial a comprarlo. Pero estarían almorzando: no había nadie. Me crucé a chusmear el cercano -y famoso- Malvina House Hotel, uno de los más conocidos hospedajes de las Islas. Recepción prolija y confortable. Y un dato: he siempre creído que el nombre de dicho hotel era un compasivo 'guiño' hacia el nombre hispano de las islas. Pero no. Lejos de eso. "Malvina" era el nombre de la nieta del escocés que fundó el hotel allá lejos y hace tiempo, un nombre aparentemente muy popular en Escocia. Una pena histórica. 
Apuré mi almuerzo: a las 14 h comenzaba el Servicio en la Catedral, el que íntimamente tomé no solo para don Rex Hunt, sino como para todos aquellos alcanzados por los eventos del '82. Llegué muy bien de tiempo (mi hotel quedaba a 300 mts) y me senté bien atrás, autoconsiderado un visitante. El lugar, repleto. Pasó Richard, el Rector, que había estado recibiendo a la gente en la puerta, me reconoció y me hizo un gesto de saludo. Entraron algunos militares con su medallerío al pecho, luego algunas personas venidas de Inglaterra, el Gobernador de las Islas, con su uniforme a full. Estaba el Arzobispo Católico de las Islas (ese detalle, de tener una ceremonia compartida, me pareció muy positivo). Y así transcurrió el evento, a lo largo de una hora en la que se alternaron palabras e Himnos, y silencios forzados por el estruendo con el que el granizo exterior protagonizó sus minutos de gloria. A la salida le estreché la mano a don Richard, quien me dijo que lo había puesto contento ver que yo había podido concurrir, y quedamos en ponernos en contacto por mail.
Así que retomé mis pasos de último día. Y antes de ir de fugaz shopping a por los souvenirs que planeé comprar, enfilé para el Penguin News. Estaba evidentemente obstinado en entrar a ese lugar. Pero con una paradita previa: una exhibición por los 30 años de la guerra del '82. Muy simple, pero bien organizada y dura a la vez, contenía fotos, testimonios de los locales, objetos cotidianos, las notas que en un inglés con algunos errores los militares enviaban a la población. Las cartas que de chiquitos les escribíamos a los soldados. Una TV color (ITT) de las que los militares le subsidiaban a los isleños. Pero con la dura (para nosotros) realidad testimonial del ferviente deseo que los Isleños tenían por la derrota de los militares argentinos. Hasta un uniforme de un soldado criollo estaba exhibido, aparte de bombillas, mates, jabones, fósforos y demás. Las pinturas que algunos Isleños hicieron con imágenes del frente de batalla acercaban una imagen visual de lo que debió haber sido...y generaban cierta impresión. Salí, y enfilé entonces al Penguin News. Ahí encontré a John Fowler, el sub-editor, quien me atendió con toda amabilidad y con quien nos colgamos hablando por unos 15 minutos acerca de la injustificada distancia entre nuestros pueblos. Le pedí escribirle en unos días una "Carta de Lectores" (con la intención de agradecer a través de su diario el trato que recibí durante estos días) a lo que accedió de buen modo. Con su cortés "It was nice meeting you" salí a por mi 'express shopping' bajo unos molestos gotones de lluvia. Y luego de mis correspondientes 'tarjetazos' pasé a saludar correspondiendo la previa invitación de a Alex Olmedo, el chef chileno que luego de 22 años de residencia en estas tierras se ha convertido en un Malviklander por adopción, donde me comentó las mejoras que le harán a su hotel, la ampliación de su restaurant, su concepto de "cena como experiencia progresiva", y se aseguró que mi retorno al aeropuerto estuviese ya cubierto (lo estaba). Así emprendí el regreso al hotel, a por una merienda. 
La experiencia con los lugares visitados y con la gente con la que me he cruzado ha sido excelente. Pero extraño a mis Peques, Abriluchi, Franquito y Tomasini. No veo la hora de mostrarles los pingüinitos de peluche que les llevo y ver sus caras. Seguro que los voy a traer más adelante, no me cabe duda. Y especialmente si podré haber trabado relación con alguna familia de las Islas. Y además.....necesito un poco de primavera...!!

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